Artículo: Madres que rompen el silencio

 

Por: Psic. Fabiola Cervantes Chávez

 

Madres que rompen el silencio

 

 

¡Mis amigas me dejaron de hablar!

¡Mis padres me dieron la espalda!

¡Mis cuñadas no dejan que mi hijo conviva con sus hijos!

¡Mi familia me pide que desista, que no denuncie, que tal vez no sea verdad lo que mi hijo me dice!

¡No podría creer lo que estaba escuchando cuando mi hijo me contó lo que le hacía la persona que lo agredió sexualmente, por un momento quise pensar que era una mala broma o producto de una simple pesadilla que tuvo, pero todo era real!

Esos y otros comentarios a menudo resuenan en las paredes del consultorio de un terapeuta que atiende casos de violencia sexual. Y cuando el caso del que hablamos se trata de una madre que busca ayuda para su hijo menor de edad, la situación se complejiza aún más porque las primeras sesiones en las que una mujer  expone la experiencia de abuso de su hija o hijo viene envuelta de una serie de sentimientos encontrados, mil incógnitas, confusiones, temores y un deseo muy común: el que esto de lo que ahora hablan,  no hubiese ocurrido.

Pareciera entonces el relato de una película de ficción, pero es real. Y sin embargo, todas las frases expuestas al inicio es lo que estas mujeres enfrentan cuando a pesar del shock en el que se encuentra, deciden iniciar un camino que pronto se convertirá en su propio viacrucis, un camino en el que su única finalidad es pedir ayuda a fin de lograr que su dolor y el de su hija o hijo se mitigue y su vida vuelva a ser “normal”, “como antes” o mejor,  resuelven ellas. No obstante el dolor que las envuelve, la familia que a veces no da crédito a lo que escuchan o pretende frenar toda acción que ellas deciden emprender para ayudar a su hijo o hija, las amistades que se niegan a tener contacto con ellas por temor y ante la imposibilidad de no saber qué hacer o que decir, mejor se alejan. Las autoridades revictimizan y convierten a la madre defensora en una víctima más de una situación violenta en donde se vulneran los derechos principales de una persona. La sociedad estigmatiza y discrimina poniendo énfasis en la situación actual de la persona desde una perspectiva más lacerante aun.

¿Y que ella no fue cómplice?, gritan las voces de la ignorancia o hay quien se atreve a decir ¿que ella no es culpable de que esto pasara con su hijo?,  “pues dónde estaba que no cuido y por eso le ha sucedido tal cosa a su hijo”, ciertamente existen casos de madres que actúan en completa negligencia hacia sus hijos pero no es el caso de estas madres. Como si ellas  supieran de por vida que hay que cuidarse de los propios miembros de la familia, o como si tuviera que dejar incluso de parpadear para no perder de vista a sus hijos e hijas a sabiendas que; estas cosas pasan en los momentos más inesperados y en ocasiones hasta en cuestión de minutos.

Sin embargo, la madre decide alzar la voz, denunciar, buscar por todos los medios ayuda para su hijo o hija principalmente, pues a esta mujer a pesar de todas las contrariedades con las que se encuentra le mueve “el amor a sus hijos”, es lo que la sostiene y es al principio y al final lo que le da fuerza para actuar e incluso decir que hizo lo correcto.

Es así como inicia un largo recorrido en la búsqueda de justicia, de apoyo legal, psicológico, social etc., lanza un grito desesperado a la sociedad queriendo buscar que su caso, como muchos otros no quede en el olvido, en la impunidad, busca ser escuchada, tomada en cuenta, que le den credibilidad para que se actúe en consecuencia y la respuesta que obtiene incluso de quienes espera dicho apoyo es ser enjuiciada:

“Seguro esa mujer esta drogada”. “Tal vez finge para obtener de esta farsa algún provecho”, “Seguro sólo se está proyectando en su hijo o hija lo vivido por ella misma”, “Trae un discurso tan elaborado, que eso mismo le pide a su hijo o hija que diga”.

Con todo esto, las mujeres terminan inmersas en un dolor mayor y su situación se convierte en desesperante, acompañadas únicamente de ellas mismas pues lo que deciden lo van a enfrentar con mucha soledad porque al parecer nadie se quiere involucrar con ellas. Pareciera que ni para ellas ni para nadie hacer una denuncia penal no es precisamente un acto de entretenimiento.

Nadie se da cuenta que para tomar esta decisión se requiere de mucho valor porque son ellas a final de cuentas las que llevan más las de perder, pues ya anteriormente lo hemos venido señalando; pierden amistades, familia y pierden hasta la credibilidad porque los comentarios de la gente a su alrededor es “que esta mujer enloqueció al inventar tal cosa y además adjudicársela a su hija e hijo”.

¿De qué están hechas estas madres?

 

A pesar del miedo de ellas mismas y el desprecio del que son víctimas cada paso que dan descubren su propia fortaleza y defienden con “garra” a los “suyos” a la inocencia vulnerada que en un momento dado no tiene otro hacimiento que su madre pues contra viento y marea busca soluciones para su hijo dejándose a veces hasta por años a sí mismas, abandonándose a su “suerte” porque para ellas “primero están sus hijos”.

El reconocimiento a estas madres que  le creen a sus hijos, que se atreven a romper techo, a denunciar ante un sistema de justicia del que a veces ellas mismas se tienen que defender, que se atreven  lanzando un grito a la sociedad para  que reconozca los hechos que vulneran a las niñas y niños de la misma;  que se atreven a romper con su voz el estigma y el mandato de silencio que por siglos ha envuelto temas como este. 

Cada vez hay más madres que defienden a sus hijos de quienes  les  vulneran la inocencia cometiendo un acto tan reprobable, que irrumpen  en  la sexualidad infantil  trasgrediendo no  solo una norma o cometiendo el delito sino que trasgrede la intimidad en absoluto de una persona, pues el abuso sexual envuelve una serie de faltas a la dignidad, al derecho, al desarrollo humano de una persona que le ocasionará daño a su integridad en general.

Y para una niña o niño el saberse creída, apoyado, acompañada durante todo su proceso es de vital importancia sobre todo si quienes realizan esta labor son las personas que verdaderamente lo aman. Además de que, el conocer que su madre ha “hecho de todo” para defenderlo le permite recobrar nuevamente la confianza en sí mismo y en la humanidad.

 

 

 

 

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